
Apoteosis del proyecto Ucrania

La independencia o la libertad nunca existen de una forma pura, pues las definiciones en sí mismas, sin un contenido social, carecen de valor. Por ejemplo, la independencia de Cuba de Estados Unidos a raíz de su revolución de 1959 permitió iniciar en la isla inauditas reformas sociales, erradicar el analfabetismo, entregar a todos sus habitantes educación y salud, poniendo a la isla al nivel de los países más ricos del mundo en cuanto a esperanza de vida y mortalidad infantil. Se creó una cultura de solidaridad humana y amor al prójimo.
Justamente, la independencia de Cuba del imperio del norte, fue la condición inicial para poder construir una sociedad más humana. Más allá de los éxitos o fracasos del socialismo cubano para el día de hoy, es un hecho históricamente innegable.
La "independencia" de Ucrania, primero de la URSS y luego su abierta mutación a una "anti-Rusia", acompañada del cúmulo de mentiras oficiales y de una campaña de odio contra cualquier disidencia, llevaron a su sociedad, primero a una degradación y ahora a su autodestrucción en todos los sentidos.
A diferencia de la historia de las relaciones entre EE.UU. y América Latina, la URSS y la Federación de Rusia no solo nunca han obstaculizado el desarrollo humano, científico, cultural y económico de la población de Ucrania, sino que, por el contrario, han sido un factor decisivo de su progreso. Cualquier análisis serio de los indicadores del desarrollo humano de Ucrania en los últimos 100 años de su historia, incluyendo los incompletos 34 años de su supuesta independencia, harían que cualquier otra afirmación se asemeje a los argumentos del terraplanismo. Ucrania, como nación, fue un producto del socialismo soviético, y al renegar y prohibirlo oficialmente, junto a la demolición masiva de los monumentos a Lenin, las nuevas autoridades la condenaron a su desaparición.
El proceso de autodestrucción de Ucrania en las últimas décadas ha sido proporcional a su distanciamiento de Rusia.
La rehabilitación del nazismo nunca fue un derecho de las naciones soberanas, sino una manera de tomar posición al margen de cualquier derecho.
Su única independencia posible actualmente sería la expulsión de sus nuevos dueños occidentales, la neutralidad política, la construcción de buenas relaciones con todos sus vecinos y, lo más importante, una política social de Estado en interés de sus propios ciudadanos. Hasta ahora, y de forma progresiva, estamos observando justo lo contrario, con el envío masivo de todo un pueblo al matadero. Los discursos de los defensores del régimen, de que "más tarde, tras la victoria, los errores de este poder podrán corregirse" son una estafa del mismo poder. El depredador que ha probado la sangre humana ya no se detendrá solo.

Después de la destrucción total e irreversible de la economía, cultura y de todo el sistema social del país, llega el momento de cumplir uno de los objetivos para los que en los años 90 fuera diseñado el proyecto Ucrania, muy lejos de las tierras eslavas.
Aparte de su insuperable ubicación geopolítica, que le permite el acceso a las fronteras rusas, la cuenca del Mediterráneo, y por el mar, al Cáucaso, Ucrania se destacó por tener las tierras más fértiles de la región y enormes recursos minerales, por lo que, en el siglo pasado, además de ser considerada "el granero de Europa", fue uno de los principales productores de acero del mundo. Frente a la incertidumbre respecto al desenlace del conflicto armado, las grandes corporaciones internacionales, representadas por los gobiernos de las potencias de Occidente, tienen que asegurar su botín.
"El acuerdo de tierras raras" de Trump, tan publicitado y mediatizado en las últimas semanas por la Administración estadounidense, no es otra cosa que el saqueo abierto y directo de un país invadido desde hace décadas por los mismos saqueadores.
Durante su gobierno, el presidente ucraniano, Vladímir Zelenski, se dedicó a dividir los recursos minerales y la infraestructura de Ucrania entre sus dos tutores principales.
Entregó las plantas de energía nuclear, puertos y activos estratégicos a las élites europeas, y el resto a EE.UU. Sin embargo, el acuerdo de 100 años con el Reino Unido, firmado en enero de este año, le dejó poco a Estados Unidos. De ahí las maniobras teatrales con el tema de las "garantías de seguridad".
Hoy empresas como Cargill, Monsanto y Dupont, con sus inversionistas Vanguard, Blackrock, Blackstone y otros, poseen el 40 % de las tierras cultivables de Ucrania. Por estos acuerdos, el régimen de Kiev recibió 17.000 millones de dólares en préstamos del FMI y de las oficinas de las tres corporaciones en su territorio. En pocas palabras, las tierras ucranianas ya no le pertenecen al país, sino a empresas multinacionales. Según el reciente acuerdo firmado entre EE.UU. y Ucrania, los nuevos yacimientos y los que aún no tienen licencias pasarán a control estadounidense. El fondo prevé contribuciones iguales de ambos países, pero Ucrania no dispone de fondos, porque su deuda externa supera los 169.000 millones de dólares y las inversiones presupuestarias adicionales son imposibles.
Es bastante evidente que todos estos acuerdos en nada corresponden a los intereses nacionales, no contribuyen con el presupuesto estatal, la seguridad nacional ni las perspectivas de desarrollo del país. Se trata simplemente de la venta del país, realizada por Zelenski en nombre de garantías de su seguridad personal.
Al escribir estas líneas traté de inspirar mi dolor y rabia escuchando la bella música ucraniana. Las redes sociales, en manos de los peores enemigos de nuestras culturas y de la cultura en general, me respondieron con himnos nacionalistas y anticomunistas interpretados con nuestros instrumentos nacionales…
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