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Volver al Donbass

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Volver al Donbass

Volví de un breve viaje por el Donbass. Para mí, en la trágica primavera del 2022, las carreteras y las conversaciones con la gente del Donbass me dieron la mejor respuesta a las mil preguntas que me ahogaban desde el amanecer de aquel 24 de febrero. No tuve mejores lecciones de historia moderna que en aquellas conversaciones de varias horas en la carretera, con los milicianos o con los ojos de las personas que salían de los sótanos hacia los tanques rusos, pocas horas después de la liberación de lo que quedaba de sus aldeas. Me acuerdo que mi nota de aquel viaje se llamó 'Desde el Donbass, contra la guerra y contra la paz', reflejando ese sentir que no cabe en las ambigüedades de mi 'pacifismo progre' de antes. Entendí que el mundo no era como me lo pintaba: solo unos pocos meses antes había estado en Kiev, y había visto los preparativos para la guerra con toda la locura belicista total en los medios y en las conversaciones, pero era tan doloroso asumir la realidad que por mi comodidad emocional preferí creer en milagros imposibles. Aunque desde los primeros días del golpe del Maidán tuve muy claro cuál era su principal objetivo. Agradezco al Donbass por volverme al mínimo de cordura.

El Donbass de estos últimos años sigue siendo un fiel reflejo de nuestra historia real reciente, donde la rutinaria verdad cotidiana nunca cabría en ninguna literatura, porque los libros de todos los amigos y enemigos siguen existiendo en alguna otra dimensión, en salas sin espejos, incapaces de reflejar los campos de tierra negra abiertos por las explosiones o los árboles grises heridos con sus sombras cortadas por las esquirlas. No es un mundo perfecto ni cómodo, con mil problemas sin resolver, con todas las contradicciones de la actual sociedad rusa, agravadas por la guerra a pocos kilómetros de sus ciudades, pero con una claridad incuestionable: todas sus esperanzas están puestas en Rusia y no quiere ser parte de ningún otro país. En Donbass nadie prohíbe el idioma ni la cultura ucraniana, que hace solo un par de décadas fueron parte orgánica de su paisaje humano. Después de los once años de guerra del régimen de Kiev contra una parte de su país, que todavía era Donbass, muchos aquí no quieren el idioma ni la música ni la comida ucraniana. No los prohíben, como en el país vecino, ni critican, solo que, después de lo vivido, no pueden. No es bonito, pero es comprensible. En el discurso oficial de los 'patriotas ucranianos' desde el 2014, los habitantes del Donbass son tratados como una raza inferior. Demasiado 'soviéticos' y demasiado 'poco occidentales', que defendiendo con armas su esencia salvaje rusa nunca quisieron ser parte del Jardín de Borrell. Desde 2014 el mundo civilizado, que celebraba el triunfo de la 'Revolución de la Dignidad' no quiso ver las muertes de los niños y civiles de Donbass bajo los misiles y bombas de Kiev. Criticar a la joven revolución nazi en Ucrania se consideró "propaganda de Putin". Es una de las razones del porqué en Donbass, a diferencia de Moscú o San Petersburgo, no se ven restaurantes ucranianos ni banderas estadounidenses en las marcas de ropa de moda. Para aprender algo de política internacional, Donbass pagó el costo más alto.

Cuando en abril de 2014 el recién asumido gobierno golpista de Kiev declaró la 'Operación Antiterrorista' contra el Donbass, los primeros militares ucranianos que llegaron a la zona fueron recibidos por sus habitantes, que subían a los tanques y compartían con ellos la comida. Todavía se sentían parte del mismo país y no podían dispararse uno al otro. Los dueños del Gobierno de Ucrania necesitaban otra cosa. Por eso fueron enviados al Donbass los grupos de paramilitares nazis Azov, Aidar y otros, que iban solo a matar. Después los aviones militares ucranianos atacaron las ciudades. El objetivo político-militar de Kiev se logró: la guerra civil en el país fue desatada.

En el mundo se suele hablar del 2022 como del año del inicio de la guerra. En Donbass saben que esta guerra empezó en 2014 y que nunca se detuvo.

Las ciudades de Donetsk y Mariúpol, ahora mundialmente conocidas como vitrinas de esta guerra, la que a pocos medios les interesa entender, impresionan por su aparente normalidad. La vida cotidiana con sus preocupaciones rutinarias transcurre como si las conocidas imágenes televisivas de hace poco fueran obra de inteligencia artificial para una distopía de terror. Mariúpol, completamente reconstruida en tiempo récord, lleva incrustadas en su cuerpo nuevo las ruinas retorcidas y oxidadas de la planta de Azovstal, que parecen algo de un mundo paralelo o de una gigantesca escenografía para filmar una catástrofe. Saliendo de Donetsk a Avdéyevka, el paisaje urbano cambia drásticamente, y las filas de los gigantescos cadáveres de edificios por los grandes territorios todavía sin desminar aterrizan a la realidad.

En el Donbass, una vez más me pregunto si toda esa multitud que apoyó la revuelta del Maidán en 2014 hubiera imaginado el costo humano de esta aventura, ¿las personas se habrían lanzado, desarmados, al asalto de los edificios del Gobierno para estrangular y desgarrar a sus nuevas autoridades 'proeuropeas' con uñas y dientes? ¿Realmente hasta hoy no se dan cuenta de qué pasó ni por qué? Vuelvo a las frases favoritas de ayer, de que "nada se puede cambiar con la violencia" o "nada se puede cambiar sin violencia" para, una vez más, darme cuenta de que si con algo no se cambia el mundo es con frases correctas y hermosas.

El Donbass, que en aquel entonces tenía por nombre 'gobernación de Donetsk', llegó a ser parte de la República Soviética Socialista de Ucrania todavía en los tiempos de Lenin, en 1920. Después de algunas disputas administrativas en la década siguiente, Stalin confirmó la pertenencia de esta región para la industrialización de Ucrania, ya que el Donbass era una importante región minera y obrera, el centro de la industria siderúrgica soviética. Sus habitantes no hablaban ucraniano y claramente se identificaban con la cultura rusa, igual que la mayoría de los habitantes de Kiev, Odesa o Járkov, pero la idea de entonces era construir una sociedad internacionalista y culturalmente diversa; al fin y al cabo, todas las repúblicas soviéticas eran parte del mismo país y del mismo proyecto, y las fronteras administrativas entre ellas hasta 1992 se percibían como algo absolutamente simbólico.

La periodista de Donetsk Nata Potiomkin explica: "Nos considerábamos tranquilamente parte de la URSS, siendo jurídicamente parte de Ucrania, porque nadie nos molestaba entonces, el idioma oficial era el ruso y el fascismo estaba prohibido. Por eso nos encogimos de hombros y dijimos: 'Bueno, qué más da'. Después del colapso de la URSS en 1991, la cuestión de la pertenencia a Rusia se planteó muy seriamente en Donbass. La gente se puso nerviosa. Pero en este período había tantos problemas cotidianos que simplemente no había tiempo ni energía para preocuparse por la geopolítica. Antes del golpe de 2014, Donbass, seguía desarrollándose sin que pasara nada grave. Contrariamente a las caricaturas de que Donetsk es 'una ciudad puramente rusa', esta ciudad es más bien puramente soviética. Al momento del colapso de la URSS, aquí vivían cerca de 80 diferentes nacionalidades y estudiaban miles de estudiantes de todo el mundo. Los conflictos étnicos o lingüísticos parecían impensables. En 2014 al espacio informativo ucraniano se introdujo el término de 'regiones subvencionadas', refiriéndose a nosotros. A esto, Donetsk respondió: 'Si somos regiones subvencionadas, si somos alcohólicos, delincuentes, basura y escoria, ¿por qué no quieren dejarnos ir?'. En Ucrania decían cosas terribles sobre Donetsk. Que no éramos humanos. Fue una deshumanización sistemática. Pero no nos querían dejar ir, porque necesitaban el territorio, aunque estuviera sin gente. Ucrania decidió que éramos su propiedad y que podía hacer lo que quisiera con ella, incluida la limpieza étnica".

Tratar de comprender algo de la Rusia de hoy sin haber pasado por el Donbass y sin perderse en las inmensas estepas de sus historias es algo completamente inútil. Solo en el Donbass se entiende que desear la paz y desear la victoria es lo mismo.

Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de RT.

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